Procrastinar es ese hábito tan común de dejar para después lo que sabes que deberías hacer ahora. Y no, no es solo cuestión de pereza. Lo cierto es que muchas veces acabamos posponiendo tareas importantes porque nos generan malestar, y en su lugar, optamos por hacer cosas más agradables o, al menos, más fáciles.
Al principio puede parecer algo sin importancia —¿Quién no ha aplazado una tarea alguna vez?—, pero cuando se convierte en la norma y no en la excepción, empieza a pasar factura. Poco a poco, afecta a tu productividad, te genera culpa o frustración, y puede influir incluso en tu salud mental y tu bienestar emocional.
¿Qué es procrastinar?
Procrastinar no es simplemente dejar algo para después. Es aplazar tareas importantes y reemplazarlas por otras más agradables o, incluso, irrelevantes, aun sabiendo que eso puede traer consecuencias negativas. En realidad, se trata de una forma de evasión emocional. No tiene tanto que ver con la pereza como con cómo nos sentimos frente a una tarea.
Por lo general, procrastinamos cuando una actividad nos genera incomodidad, ansiedad, aburrimiento o incluso miedo al fracaso. Así, preferimos distraernos con algo que nos resulte más fácil o placentero, aunque eso nos aleje de lo que realmente necesitamos hacer.
Dicho de forma sencilla: procrastinar es retrasar lo que debemos hacer, aún sabiendo que posponerlo puede jugar en nuestra contra.
Causas comunes de procrastinar

Las razones por las que procrastinamos pueden ser muy diversas. Sin embargo, para entenderlas mejor, podemos organizarlas en tres grandes categorías:
Factores psicológicos:
- Miedo al fracaso
- Baja autoestima
- Perfeccionismo
- Intolerancia al aburrimiento
- Dificultades en la gestión emocional
Factores contextuales:
- Tareas poco claras
- Entornos con muchas distracciones
- Falta de estructura o plazos definidos
Hábitos adquiridos:
- Uso excesivo del móvil
- Falta de rutinas
- Recompensas inmediatas constantes
Consecuencias de procrastinar

Procrastinar de vez en cuando no suele ser un gran problema. Ahora bien, cuando esta conducta se convierte en un hábito frecuente, puede traer consigo consecuencias importantes:
- Aumento del estrés y la ansiedad
- Sentimientos de culpa o frustración
- Pérdida de oportunidades
- Baja productividad
- Problemas en el trabajo o en los estudios
- Deterioro de la autoestima
¿Cómo dejar de procrastinar? Estrategias prácticas
La buena noticia es que se puede trabajar. Aquí van algunas estrategias basadas en la evidencia:
1. Divide las tareas
Fragmenta las tareas grandes en pasos pequeños. Esto reduce la sensación de agobio y hace que sea más fácil empezar.
2. Establece objetivos concretos y plazos
No vale con “tengo que estudiar”. Mejor: “Voy a repasar el tema 3 durante 30 minutos entre las 17:00 y las 17:30”.
3. Usa la técnica Pomodoro
Trabaja durante 25 minutos y descansa 5. Después de cuatro bloques, haz un descanso más largo. Mejora el foco y evita la fatiga mental.
4. Identifica tus ladrones del tiempo
Revisa qué actividades te hacen procrastinar más (móvil, redes sociales, mirar series…). Ponles límites y crea entornos libres de distracciones.
5. Conecta con el para qué
Recordar el motivo por el que haces algo —el beneficio que conseguirás o cómo te sentirás una vez terminado— puede ayudarte a superar esa resistencia inicial.
6. Sé amable contigo
Procrastinar no te hace menos válido. Evita el machaque mental. El cambio se logra desde el autocuidado, no desde la culpa.
¿Es procrastinación o puede ser otra cosa?

A veces se confunde la procrastinación con otros problemas que pueden estar en la base:
- Trastorno por Déficit de Atención (TDAH)
- Ansiedad o depresión
- Síndrome del impostor
Si notas que este hábito se te escapa de las manos o empieza a afectar demasiado tu día a día, quizás sea el momento ideal para pedir ayuda psicológica.
¿Qué dice la ciencia sobre procrastinar?
Diversas investigaciones han demostrado que la procrastinación no es, como muchos piensan, un problema de gestión del tiempo, sino más bien de gestión emocional. Por ejemplo, el Dr. Tim Pychyl, de la Universidad de Carleton, señala que tendemos a posponer aquellas tareas que asociamos con emociones negativas como el aburrimiento, la frustración o la inseguridad.
Además, según explica el investigador Steel (2007), cuanto más aversiva nos resulta una tarea, más probable es que la posterguemos, especialmente si tenemos a mano otras actividades más agradables o gratificantes. En otras palabras, no procrastinamos por vagos, sino porque intentamos escapar —aunque sea de forma momentánea— del malestar que esa tarea nos genera.
Recursos y herramientas para dejar de procrastinar
Libros recomendados:
- “Vence la procrastinación” – Timothy A. Pychyl
- “Hábitos atómicos” – James Clear
Apps útiles:
- Forest (evita usar el móvil)
- Todoist (organización de tareas)
Contenido relacionado en nuestro sitio:
- Autocuidado emocional: aprende a cuidarte y sentirte bien contigo
- Técnicas de estudio
- ¿Qué es la ansiedad? Causas, síntomas y cómo gestionarla
Recursos adicionales
Para profundizar en este tema, puedes consultar los siguientes recursos:
- IEPP.es: Información sobre programas de desarrollo personal y profesional.
- Psicodifusión: Recursos sobre psicología y bienestar emocional.
- CUERPOMENTE: Blog centrado en la salud mental y el bienestar
FAQs: Preguntas frecuentes sobre procrastinar
No, procrastinar no es cuestión de pereza. Más bien, es una reacción emocional que suele estar ligada a sentimientos como la ansiedad, el miedo o una baja autoestima.
No se trata de eliminar la procrastinación por completo, porque, seamos sinceros, todos aplazamos tareas de vez en cuando. Lo realmente importante es aprender a gestionarla cuando aparece, comprender las razones que nos llevan a hacerlo y, sobre todo, evitar que se convierta en un patrón crónico que termine afectando nuestro día a día.
Sí, especialmente cuando la procrastinación se convierte en un patrón que interfiere con tu vida diaria, resulta fundamental abordarla desde la raíz. Por eso, en estos casos, trabajar la gestión emocional, fortalecer la autoestima y revisar los hábitos diarios puede marcar una gran diferencia.
Conclusión
La procrastinación no es simplemente una manía o un despiste ocasional. En realidad, es una forma de reaccionar ante esas emociones incómodas que nos genera una tarea: aburrimiento, miedo al fracaso, perfeccionismo, inseguridad… Aunque todos procrastinamos alguna vez, está claro que cuando se convierte en un hábito, puede acabar desgastándonos poco a poco. De hecho, nos roba energía, mina nuestra autoestima y afecta directamente a nuestro bienestar.
Dicho esto, el objetivo no es dejar de procrastinar para siempre —porque eso no es realista—, sino aprender a reconocer cuándo estamos cayendo en ese patrón y, sobre todo, saber cómo salir de él. Aquí entran en juego tres aspectos fundamentales: la autocompasión (porque machacarte solo te bloquea más), las estrategias adecuadas (ya que existen formas concretas para activar tu motivación) y, si lo necesitas, el apoyo psicológico.
Con el tiempo y con práctica, puedes aprender a actuar incluso cuando no tienes ganas, cuando el miedo aparece o cuando te sientes abrumado. Porque, sí, es posible dejar de postergar y volver a sentirte en control de tu tiempo, tus decisiones y, en definitiva, de tu vida.